A propósito de ‘Fría aritmética’, por José Luis Pedreira

A propósito de “Fría aritmética”

de Antonio Morillas

 

Me lo había avisado Antonio en una llamada telefónica: “Como no tengo aún el libro físico te lo mando al mail. Gracias por aceptar presentarlo”. María José en un acto al que asistimos me comentó que se estaba barruntando algo, ahora lo entiendo.

Me siento frente al ordenador, a pesar de ser de los que les sigue gustando tener el papel entre mis manos y aspirar ese olor característico que sentimos cuando abrimos un libro. Ahora ya ni el dulce sabor del desorden de libros y papeles dispersos. Todo contenido en uno de estos dispositivos que llevamos con nosotros, porque ya ni el PC de mesa con la torre. Basta con el smarphone de última generación para tener toda la información con nosotros.

A lo que iba, me siento al ordenador, descargo el link (hay que decirlo así, en inglés) y al abrirlo me encuentro con el título: “FRÍA ARITMÉTICA”, me sorprende y ya disfruto la paradoja metafórica desde el principio: frente a la calidez de los sentimientos poéticos la frialdad de la aritmética mundana en la que vivimos. Mi imaginación vuela con cada poema que leo…

Mientras leo voy confirmando que los poetas escriben sobre tres heridas, como el poema de Miguel Hernández: el amor, la vida y la muerte, no sé si será de la vida, la muerte y el amor, o la muerte, el amor, la vida o… ¡vaya vd a saber! Sea el orden y la preeminencia que le asignemos cada uno, o porque son sinónimos poéticos, lo cierto es que existe una línea, poética también, que atraviesa y origina estas tres heridas: la soledad.

El juego de presentarlo consiste en atraer al público por medio de un discurso lleno de metáforas, en ocasiones alambicadas, que se expresen de forma condensada, para que se cumpla con imágenes más o menos cercanas o alejadas en metonimias maravillosas que contribuyan a la seducción que nos hace soñar. Poemas en verso o en prosa o en imágenes, el cineasta Bernado Bertolucci decía que le encantaba hacer películas para que los críticos le explicaran lo que había rodado, ahí está la resonancia de las metáforas condensando varios y muy diversos contenidos y desplazándolo hacia mundos interiores del poeta pero, mucho más ambicioso, del lector.

Sean cuales fueren las formas y maneras de construirlas, la gente se está enganchando a la poesía porque en medio de tanto automatismo de relatos y significados de pasatiempo, nos susurra un aire de atractivo discurso interior, nos apunta al significante del lenguaje, que diría Ferdinand de Seaussure. Un significante que anuda nuestro inconsciente a este lenguaje de la verdad interior del sujeto, en las enrevesadas palabras de Jacques Lacan.

Unos poemas escritos esperando que las musas, esas damas de blanco a las que Antonio dedica el libro y que podemos asegurar que, al contrario que a Joan Manuel Serrat, hoy y muchos días más no pasaron de él.

Antonio es un gran tipo al que le costó nacer lo suyo en su Purullena y nos trajo ese poema en prosa donde nos expone “me conformé”, pero de inconformismo lleno. Que nos narra la dificultad de ensamblarse en esta tierra, a menos que una mano de D. Gabriel nos arranque y acompañe a nuevos lugares. Porque los niños/hermanos en el pueblo llegaban en casa, pero en Madrid había que ir a buscarlos a un hospital. Se van sumando recuerdos y poemas de D. Antonio Machado con retazos de esperanza:

“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido” .

Incluso se recuerdan los desplantes del sentirse mayor y rechazar cuidados maternos de otrora, pero se asumen las meteduras de pata:

“Me avergüenzo.
Pienso que no tengo excusa posible.
No sé qué decir.
Bajo la cabeza y callo”.

Retornar a militancias, estudios deseos, contradicciones… “No te señales”.

Las miradas del gran observador, del narrador que apunta en libretas lo que le rodea, de las conversaciones, en sus paseos por “Las arcas del agua”, con personajes increíbles, peculiares, que cumplen fielmente lo que describió Walter Benjamin: “Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres” y Antonio nos trasmite a Antonio el autónomo, o el hombre de 13 años, o la felicidad de Sami o a Vasili o Inocencio o Cesáreo o el hombre de negro o Bastien. Todos seres cotidianos que pasean, que van y vienen y en ese paseo nos trasmiten la vida que se va sucediendo como en una carrera de relevos sin fin y que Antonio nos trasmite con sensibilidad y sutileza.

La Fría aritmética de recorrer las estaciones por sus sensaciones, o la hierba por el olor de estar humedecida porque

“(Sé de la lluvia por el olor a hierba
amanecida)”.

O los ojos habladores de la mirada esperada o no, que buscan esa presencia de la ausencia real y que constata la eterna o nueva o permanente soledad y es que

“Como el agua corría,
como el agua:
nunca llegué a alcanzarla.
No supe alcanzar su alegría,
ser digno de su mirada.
Nunca llegué a abrazarla”.

Porque el poeta va surcando mundos inhóspitos

“Así vivió aquel poema
cual escudero:
a veces enamorado, otras malherido
y para siempre, inacabado”.

Porque los días pasan y

“Ahora escribo sobre días
fríos como glaciar
para decir que mi poema siempre despreció
las reglas de la fría aritmética:
uno más uno nunca sumaron dos”.

Ya les decía que de la fría aritmética se traslada, nos traslada, a los cálidos mundos de los sentimientos, más o menos errantes, de un vagabundo

“Quizás fui el vagabundo
que regresa a ningún sitio
—oscuridad al borde de los ojos—
portador de migajas de amor,
soñador que no cree
que en la realidad vive el sueño”.

Un sentimiento de amor y vida que emergen para paralizar a la tercera herida no dicha

“Capaz sería de dejar desangrar el alma
ante su mirada
y fundir el cuerpo junto al fuego
de su sonrisa;
de perderme en el laberinto
de su sombra
junto al abrazo de un susurro
y caer en el abismo
hasta perecer ahogado.
Capaz sería de hacerme a la mar
con viento en contra
hasta que las olas nublasen mis horas;
navegar hasta la esperanza
aunque pereciese en su puerto.
Capaz sería de abandonar la casa,
perderme en sus ojos,
deshacer el ego en el hielo de sus labios
y besarla”.

Palabras de vida, de ilusiones de esperanzas y de necesidades expresadas que toman la metáfora de la duda que el poeta expresa con el juego de sus palabras:

“No sé, mi amor, si existes más allá
de mis palabras,
de tu nombre en mis labios. No sé”.

No sé si todo está perdido desde ese ayer atribulado en tiempos difíciles. Les decía que siempre se espera un retorno del pensamiento del ser amado o nos despedimos de la luz de nuestros días, sin poder despedirnos realmente con lágrimas yermas

“de quién fue mortalmente herido
sin pelear en la batalla”.

¿Serán espejismos entre las olas para ver ese nuevo amanecer que nos dice

“Despierta, soñador,
ya asoma el sol por las montañas”?

Huir de certezas, volver siempre a casa, ante las dificultades golpear con martillo de seda que hace que tu marcha sea un naufragio, incluso en mi propia casa. Porque en ese más allá los poetas también se lamentan en verso o se despiden de paraísos para ir a buscarte allí donde tú estés

“Y si no te encuentro
esperaré a las puertas del cielo
o del infierno
o de los infinitos purgatorios
que nos contemplan”.

Sabemos reconocer desde adentro que

“La quiero tanto…
Si alguna vez la hiero
soy yo el que sangro”

Metáfora pura en dos árboles puesto que

“uno lleva nombre de mujer,
el otro, corazón de arcilla”.

Aunque sabemos que el tiempo no da marcha atrás ni podemos retornar en el viejo tren de siempre.

Este recorrido es para confirmar lo que el recién Premio Cervantes, Joan Margarit, dice sobre la poesía:

“Perquè la poesía, que a vegades comença
sent un paisatge on arribem de nit,
acaba sent sempre un mirall
on un està llegint els propis llavis”.

Y que confirma el trayecto de los poetas sin fin y que lo son en sentimiento

“Darrere les paraules només et tinc a tu.
Trist el qui mai no ha perdut
per amor una casa.
Trist el qui mor envoltat de respecte i prestigi.
Jo em crec el que passa en la nit
estrellada d’un vers”.

Así que finalizaré sobre esa maraña de sentimientos agolpados en la cabeza de los poetas.

“Tras la tormenta, la calma.
Tras la bruma, la luz.
Tras la dura razón, el alma.
Tras mi soledad… solo tú”.

Gracias Antonio por tus poemas y por haberme permitido disfrutar con tu poesía y estimulo a que la gente compre, consuma poesía, tu poesía, en este Black-Friday del amor que quita vida, pero que nos vacuna frente a la muerte simbólica.

 

José Luis Pedreira