‘La negra del prostíbulo y otros poemas’, por Tomás Moreno Fernández

NOTAS SOBRE LA POESÍA de PEDRO LÓPEZ ÁVILA
I. SEMBLANZA PERSONAL Y ELOGIO DE LA POESÍA
No voy a hacer el elogio protocolario y habitual, en estos actos, de Pedro López Ávila, ni aludiré a su brillante currículo profesional y literario. Todos lo conocéis, conocéis su bonhomía entrañable, su capacidad emprendedora: como profesor —catedrático de Literatura—, director de Academia, como escritor, poeta, conferenciante y crítico de arte y de poesía, además de agudo comentarista de la cotidianidad ciudadana, cultural y política en la prensa y en la radio de nuestra ciudad.
Pero sí voy a intentar dibujar o pergeñar un perfil aproximado de su personalidad literaria, de su Poética, centrándome en la obra que hoy felizmente presentamos. Pocas veces tenemos la oportunidad de encontrarnos con una obra poética, que presente una lucidez de pensamiento y una calidad literaria tan acendradas y atractivas como esta que vamos a comentar brevemente: un bello poemario que lleva por título La negra del prostíbulo y otros poemas, publicada por la editorial granadina Nazarí con un auténtico esmero y un primor artístico admirables.
No quisiera, sin embargo, antes de introducirnos en su comentario y análisis, dejar de hacer una breve alabanza o elogio de la Poesía en general y de su significación en nuestra sociedad. A veces, a lo largo de nuestra vida profesional, los profesores hemos oído de boca de los alumnos esa cansina expresión de “para qué sirve” la filosofía o el arte, o, sobre todo, ¿para qué sirve la poesía?, ¿cuál es su utilidad para la vida? Hace apenas diez años, en 2013 se editó en Italia un libro o manifiesto titulado La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine (premio Princesa de Asturias 2023, de Comunicación y Humanidades). En ese libro su autor nos recuerda cómo el gran escritor, también italiano, Italo Calvino, consideraba que nada era “más esencial para el género humano”, que los saberes desinteresados, las “actividades que parecen absolutamente gratuitas”, sin otro fin que el entretenimiento o la satisfacción de resolver algún tipo de problema más o menos difícil.
En efecto, exactamente eso mismo había dicho Aristóteles en su Ética Nicomaquea (veinticuatro siglos antes): todo lo que hace la vida humana valiosa, rica de sentido y digna de ser vivida, son precisamente esas actividades autotélicas: las acciones que se hacen sin finalidad externa a su mera realización, sin un fin preestablecido; aquellas que contienen en sí mismas (autós) su propia finalidad (telos), como lo son, por ejemplo: la meditación, la oración espontánea; la contemplación fortuita de un bello atardecer o de una obra de arte; la entrega desinteresada al juego o a cualquier actividad lúdica, deportiva, intelectual o, en fin, el simple y curioso acto de ojear un libro clásico, y encontrarnos al azar con textos como estos: uno de Homero en el inicio del Canto VIII de La Ilíada: La aurora, de azafranado velo, se esparcía por la tierra; el otro , también de deslumbrante belleza, de Jorge Luis Borges, describiéndonos un determinado paisaje: Hacia el Sur el cielo tenía el color rosado de la encía de los leopardos.
En este sentido, podemos afirmar que la Poesía es una actividad autotélica, una de esas actividades aparentemente inútiles, pero necesarias para nuestra vida espiritual, tanto como lo son el agua o el aire para nuestra vida biológica. En efecto, si se conserva aún un ápice de sensibilidad, acordaremos que la Poesía es algo verdaderamente esencial para el espíritu humano, algo que contribuye a ese peculiar cultivo o crecimiento espiritual e intelectual, que es la cultura. Por otra parte, en tiempos de racionalidad instrumental y de barbarie tecno-cientificista —para las cuales únicamente lo expresable en términos de formalización lógico-matemática o empíricamente verificable, puede considerarse como significativo, racional y científico— sólo la palabra poética, esto es, la palabra no pervertida ni adulterada, no orientada a movilizar las bajas pasiones de los oyentes o a manipular las conciencias, está capacitada para acercarnos a la auténtica realidad y alcanzar la verdad.
II. TRES PARADIGMAS POÉTICOS O LOS TRASCENDENTALES DEL SER
En alguna ocasión he escrito que existen distintos modos de entender la poesía, sin por ello ser excluyentes e incompatibles entre sí, entre los que podemos distinguir tres casos paradigmáticos. En el primer caso, la Poesía se nos presenta como una heurística, esto es: como un peculiar modo de descubrimiento o de búsqueda, casi obsesiva, de la belleza que encierra en sus arcanos lo real. El lema de los poetas, que así la entienden, es sin duda el que John Keats nos propone en la última estrofa de su “Oda a una urna griega”: La Belleza es Verdad, la Verdad es Belleza: esto es cuanto sabes y necesitas saber.
Se diría, que este grupo de poetas (entre los que podríamos incluir, entre muchos otros, a Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda o Vicente Aleixandre), al igual que el Sócrates platónico del Banquete —instruido en las cuestiones del amor y del saber por una enigmática mujer, Diotima de Mantinea—, habrían sido también poseídos por esa fuerza irresistible, emanada de la Belleza al ser atisbada, durante un fugaz momento: En ese instante de la vida, querido Sócrates —dijo la extranjera de Mantinea—, más que en ningún otro, vale la pena el vivir del hombre: cuando contempla la belleza en sí (Banquete, 211 d).
En el segundo caso, la Poesía es asumida por el poeta como comunicación de lo más profundo de sí mismo, como expresión de su propia interioridad o de su circunstancia (Ortega y Gasset) o mundo vital (el Lebenswelt, husserliano), que celebra la Vida, en todas sus manifestaciones posibles, desde lo más trivial y cotidiano, hasta lo más sublime e inefable, como nos recomendaba R. M. Rilke en su famoso poema “Yo celebro”; nos mostraba, asombrado Jorge Guillén, ante el espectáculo esplendoroso de lo real, en su Cántico; o nos transmitía Claudio Rodríguez, con su habitual hondura intimista, sus impresiones sobre el hombre, la tierra o el paisaje castellanos,en su escalofriante Don de la ebriedad. Una poesía, en fin, que exalta gozosa el eu zen, el buen vivir aristotélico, la vida buena, el Bien.
En el tercer caso, nos encontramos con la Poesía entendida como un modo privilegiado de conocimiento, pues mediante la intuición poética el poeta podría llegar a descubrir dimensiones esenciales, metafísicas, de la realidad hasta ese momento desconocidas e inaccesibles por la vía del razonamiento discursivo porque como decía el viejo Heráclito de Éfeso en uno de sus fragmentos —y perdonen la pedantería— Physis kriptesthai philei, (“a la Naturaleza le gusta ocultarse”). Mediante ella, el poeta es capaz de alcanzar, de des-ocultar, des-velar la VERDAD ontológica, del ser, de lo real, que emerge, prístina, cuando retiramos el velo, la hojarasca que la cubre u oculta.
Recordemos que el vocablo griego verdad, “alétheia”, procede de las raíces “a”, alfa privativa, “sin”, y letheia, del verbo lanzano, “ocultar”. La verdad, para los primeros filósofos griegos, se nos ofrece a sí misma como una propiedad ontológica, de la realidad, totalmente ajena y diferente de la posterior noción de verdad gnoseológica, producto de la intervención activa y abstractiva de nuestra subjetividad cognoscente. Pero, más allá de sus cualidades epistémicas o cognitivas, en este paradigma poético siempre está presente la emoción contenida y cordial del poetizar pensante.
En los tres casos, la Poesía nos conecta, respectivamente, con la Estética (que trata de la Belleza del ser); con la Ética (que apunta al gozo de la vida buena o al Bien); y con la Metafísica (que investiga el ser mismo de la realidad, su Verdad). Es decir, nos remite a los denominados trascendentales del ser: Belleza, Bien y Verdad.
Aunque en todo poeta auténtico los tres trascendentales están siempre conectados, entreverados y presentes, hay poetas, como antes señalábamos, en los que una de esas dimensiones articula —como eje vertebrador— su Poética, en una determinada fase o época de su evolución. En el caso concreto de nuestro autor la categoría que más y mejor le convendría sería la de poeta-filósofo.
En el poeta-filósofo el lenguaje utilizado es, sin duda, el del concepto (de la reflexión o de la abstracción), más que el lenguaje de la mera imagen (de la sensibilidad, de lo perceptivo y concreto). Ese modo conceptual es el que predomina en sus versos, como ocurre también en los textos del filósofo, sin que ambos se excluyan, como señalaba el gran filósofo madrileño y avilense de adopción (afincado sucesivamente en Boston, Oxford y Roma) George Santayana en su magistral ensayo Tres poetas filósofos: Lucrecio Dante y Goethe. Algo que también compartiría el filósofo francés Yvon Belaval, para quien la filosofía no es más que una poesía enmascarada y la reflexión filosófica es, de todas las acciones espirituales, la que se halla más próxima al lenguaje poético.
III. LA POÉTICA DE UN POETA-FILÓSOFO
En relación con esa temática poesía/filosofía, fue precisamente Martin Heidegger quien nos recordó en su Carta sobre el humanismo, la conexión esencial existente entre las figuras del poeta y del filósofo, vinculación que emerge y se anuncia ya desde el originario inicio o amanecer mismo de la cultura occidental, centrada en el lenguaje: El lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de esa vivienda. Allí, en esa Carta, postulará la necesidad de un diálogo, cada vez más fructífero y fecundo, entre poesía y filosofía, entre pensadores y poetas. Ya en una obra anterior, Introducción a la Metafísica, constataba el filósofo alemán, que: Pensadores y poetas habitan vecinos en cumbres distantes, y aludía a la necesidad de aproximar o acercar ambas cumbres.
Precisamente María Zambrano con su noción o concepción de Razón Poética llegará a parecida conclusión: Poesía y filosofía son dos mitades del hombre, no se encuentra el hombre entero en la filosofía, no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En este sentido cabría hablar de poetas-filósofos (Dante, Goethe, Rilke, Hölderlin, Pessoa, Machado, el Juan Ramón Jiménez de Espacio, Jorge Luis Borges) y de filósofos-poetas (Parménides y Empédocles, Lucrecio, Nietzsche, Unamuno, Santayana o María Zambrano).
Por eso mismo esta temática ha sido objeto de numerosas reflexiones tanto de filósofos y pensadores como de poetas desde los ya citados Heidegger (Hölderlin y la esencia de la poesía”), George Santayana (Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe), Antonio Machado (Juan de Mairena) y María Zambrano (Filosofía y poesía), hasta Jorge Guillén (Lenguaje y poesía) José María Valverde (Estudios sobre la palabra poética), sin olvidar a dos de los libros más recientes, penetrantes y lúcidos escritos sobre esa afinidad poético-filosófica como son los de Pedro Cerezo Galán (Palabra en el tiempo. Sobre las relaciones entre filosofía y poesía, 1975) y Diego Romero de Solís (Poiesis. Sobre las relaciones entre filosofía y poesía a la luz del alma trágica).
Permítanme en este punto, un inciso, que viene al caso: en la entrevista final de su último libro Ladrar a la Luna, tanto el entrevistador Antonio Arenas, como el entrevistado, Pedro López Ávila, aluden, oportunamente, a la vinculación poesía-filosofía como “cara y cruz” de una misma y única moneda. Y en su deliciosa biografía de Antonio Machado, un hombre. bueno, nuestro poeta nos recordará cómo en el sentir del poeta sevillano “hay hombres que van de la poética a la filosofía y otros de la filosofía a la poética”. Y, asimismo, evocará —con finura intelectual—la doble dimensión metafísica y poética de los heterónimos del bueno de Don Antonio Machado, sus dos criaturas intelectuales: el filósofo-poeta, Abel Martín, y su discípulo el poeta-filósofo, Juan de Mairena. Precisamente, este ficticio poeta de la temporalidad machadiana anunciará ese significativo y sorprendente “intercambio de papeles” entre los poetas y los filósofos que nos traería el futuro, con estas palabras:
Los poetas cantarán su asombro por las grandes hazañas metafísicas, por la mayor de todas, muy especialmente, que piensa el ser fuera del tiempo, la esencia separada de la existencia….
Los filósofos, en cambio, irán poco a poco enlutando sus vidas para pensar, como los poetas, en el fugit irreparabile tempus. Y por este declive romántico, llegarán a una metafísica existencialista, fundamentada en el tiempo; algo en verdad, poemático más que filosófico.
Porque será el filósofo quien nos hable de la angustia, la angustia esencialmente poética del ser junto a la nada, y el poeta quien nos parezca ebrio de luz, borracho de los viejos superlativos eleáticos. Y estarán frente a frente poeta y filósofo —nunca hostiles— y trabajando cada uno en lo que el otro deja (Antonio Machado, Prosas Completas, ed. De Oreste Macrí, Vol. IV, Madrid, Espasa-Calpe, p. 2050).
IV. MÚSICA Y RITMO EN LA POESÍA
Una de las características nucleares de la poesía de López Ávila, ha sido perfectamente explicada por el Prof. Dr. Manuel Díaz Castillo en el Prólogo a su último Poemario Por los caminos del Aire, cuando escribe de nuestro poeta que “rehúye la rima, lo que no impide que se encuentren (en sus poemas) efectos musicales delicados, tales como asonancias interiores o armonías vocálicas, las cuales articulan sutiles ritmos y cadencias imperceptibles, cuando acometemos lectura reposada” de los mismos.
Al hilo de estas acertadas apreciaciones, recordemos que la música nace de la poesía y es una abstracción de ella. En poesía, la música se une al sentido de las palabras para formar una impresión única. Por eso, escrita en verso o prosa, se diferenciará de la otra escritura vulgar (la sentimental prosaica) precisamente por su musicalidad. Como sostenía Paul Valery el universo de la poesía es análogo al universo de los sonidos, dentro del cual el pensamiento musical nace y muere. El universo poético nace de la densidad de imágenes, figuras, consonancias, disonancias, por la unión de la palabra y el ritmo. Que ello es así, puede comprobarse y verificarse si tomamos y leemos obras, tan indiscutiblemente poéticas, como Espacio de JRJ u Ocnos de Luis Cernuda, aun a pesar de estar escritas en prosa no versificada.
Puede haber poemas asimétricos, pero no poemas arrítmicos. La poesía es ritmo o no es nada. Ritmo, que implica musicalidad, armonía, concierto, desconcierto, acorde, desacorde, y que reproduce el movimiento interior del poeta. El viejo Verlaine lo sabía y lo escribió en su poema Art poetique: De la musique avant toute chose. Y es que, como decía Nietzsche, sin la música la vida sería un error, y también la poesía, añadimos nosotros. Valle-Inclán en La lámpara maravillosa llegará a afirmar que la esencia del verbo de los poetas es el milagro musical.
V. LA FORMA ESENCIAL EN LA POESÍA
La convicción de que la forma es esencial en la poesía, es otra de las características de su Poética. El poeta no es el demiurgo que crea de la nada, sino el artista que trabaja su obra con unos materiales que se le imponen: palabras, intuiciones, emociones, vivencias, experiencias, anhelos, sueños, recuerdos. Algo semejante sugiere Machado. La labor del poeta —que transforma en arte lo que no es arte— es semejante a la de la abeja que hace miel del jugo de las plantas, y a la del campesino que labra la tierra para después recoger sus frutos. Algo que también supo ver Rilke, y expresarlo de modo muy semejante al de Don Antonio: Somos las abejas de lo invisible. Recolectamos desesperadamente la miel de lo visible para guardarla en la gran colmena dorada de lo invisible.
Pues bien, la materia prima o los materiales y elementos que hacen posible la creación poética, son laspalabras, por una parte, y laforma a través de la cual engarzamos esas palabras, unas con otras, por la otra. El lingüista danés del círculo Lingüístico de Copenhague Louis Hjelmslev estableció, por ello, la existencia en toda obra poética de un plano del contenido (sustancia) y otro de la expresión (forma). En su opinión, la sustancia de contenido no es poética ni antipoética, es la realidad, antes de ser formulada, formalizada o poetizada. Por tanto, la poesía será esencialmente una cuestión de forma, pero en el plano de la expresión (palabras, acentos, rimas, imágenes, metáforas) no en el del contenido temático. Una cuestión de “forma”, efectivamente, pero depurada y corregida convenientemente. Decía Paul Valery que la poesía es lo que queda en un poema después de haber eliminado todo lo que es superfluo. La dificultad es saber qué es o en qué consiste lo “superfluo”.
Explicar la poesía de un creador es explicar su propia lengua, sabiendo que no hay temas o contenidos poéticos o no poéticos, ni palabras poéticas o palabras triviales, sino poetas capaces de transmitirnos y comunicarnos sus emociones, anhelos y vivencias ante determinadas cosas, situaciones o contenidos de su experiencia. Hay poetas que son capaces de elevar a artificio poético admirable las cosas más humildes, sencillas, vulgares imaginables, por ejemplo: el cubo de la basura, o las moscas o una simple cebolla. El poeta talaverano Rafael Morales en su famoso “Cántico doloroso al cubo de la basura” [ “Tu curva humilde, forma silenciosa, / le pone un triste anillo a la basura; / en ti se hizo redonda la ternura / se hizo redonda, suave y olorosa” …]; nuestro admirado Antonio Machado al dedicar a Las Moscas un poema (en sus Soledades) o, en fin, la célebre Oda a la cebolla de Pablo Neruda, así lo prueban.
Todos estos aspectos formales, métricos, retóricos y estilísticos, están muy presentes en el poeta que es Pedro L Ávila. En su Entrevista con Antonio Arenas, nuestro autor los sintetizará o resumirá así:
“A mí, particularmente, me preocupa que poetas consagrados de la actualidad renuncien a la retórica, al artificio o a la isometría a cambio de lo vulgar, lo soez, lo anti-literario o lo confuso. Digo yo que, si un poeta es anti-literario, será otra cosa y no precisamente poesía”.
VI. ESTRUCTURA y CONTENIDO del POEMARIO
Pero llegó ya el momento de aludir, aunque sea de manera muy sintética a este nuevo Poemario de Pedro López Ávila. La obra (La Prostituta negra y oros poemas) está configurada como una arquitectónica en donde todo está bien trabado hasta diseñar un itinerario poético y existencial dividido en cuatro partes de distinta extensión
Sin entrar en un análisis detenido del mismo —imposible en el breve tiempo que contamos para ello— en una primera aproximación, tendríamos que señalar que nos encontramos con cuatro diferentes maneras de enfrentamiento del poeta/hombre con la realidad, entreveradas entre sí, y que constituyen la urdimbre misma de la condición humana y del itinerario vital seguido por el yo poético, a la manera de los estadios kierkegardianos, por los que según el filósofo danés puede encaminar el ser humano su existencia: estadios estético, ético y religioso. Y que se corresponden, en cierto modo, con las cuatro partes de las que consta el libro.
De todas ellas damos razón en nuestro Prólogo, y a él nos remitimos: la primera tiene como título “Mas allá de lo que parece ser” y consta de diez poemas, en la que el marco conceptual en que se despliega es una “realidad transfigurada”; la segunda, “Desconsuelo y destino”, compuesta por ocho poemas, se desarrolla en una “realidad descarnada y desconsolada”; la tercera, “Iluminaciones adulteradas”, de cinco poemas, nos sitúa en una “realidad turbulenta y desenfrenada” ; y la cuarta y última “La negra del Prostíbulo”, consta de un único, bello y largo poema, al que sí nos vamos a referir seguidamente con algo más de detenimiento.
En ella se reivindica la necesidad de instaurar una “nueva realidad redimida y solidaria”, en la que la empatía, la compasión y la solidaridad con el Otro sean las normas de conducta irrenunciables, que deben guiar nuestra vida. Esta vez, la víctima, cuyo “rostro” vulnerable —en expresión tan cara a Emmanuel Lévinas (autor de Totalidad e infinito)— funda y fundamenta toda posible conducta ética, es la otra: la mujersufriente y desamparada,arrojadaa una vida sin salida, sin posible salvación y sometida a una infamante explotación: la trata, el tráfico o comercio de sus cuerpos y también de sus almas.
Este poema, el más largo, dramático y emotivo del libro, nos interpela fuertemente, enfrentándonos con la figura de uno de los seres más vulnerables, degradados de nuestra sociedad, en su cuádruple vertiente de estigmatizada como “Migrante”, como “Mujer”, como “Negra” y como “Prostituta”. Todo un alegato, lleno de sensibilidad y justa indignación, contra la existencia de la explotación, del sufrimiento y de la injusticia.
“Canto y cuento es la poesía”, decía nuestro poeta más íntimo y metafísico, Antonio Machado. Pues bien, Pedro López Ávila es capaz de narrarnos un “cuento” o relato miles de veces repetido en nuestro tiempo, la historia de una muchacha negra que, engañada, sube a una patera, entre los cuerpos hacinados de sus compañeros de viaje, hacia un destino incierto y peligroso, en el que esa hija de la noche —como la denomina el poeta— “sólo halló un horizonte de aludes de lodo en el sublime frío del espanto y sólo encontró un infierno”.
Y también es capaz, ante tan aciago destino, de alzar su voz y “cantar” en tono elegíaco y piadoso una letanía de invocaciones y promesas —auténticas oraciones laicas— tan indignada y bella como tierna y conmovedora:
Cuando la luna despierta en las copas / de los árboles, voy a llorar por ti, / negra del prostíbulo, voy a llorar / antes de que todo sea el olvido/
“Voy a llorar en las mágicas palomas / de tus manos, verano de tu piel, / y en el brillo de tus húmedos ojos / donde se mira su perfil la luna (p. 61).
Un libro, en fin, que (en expresión de Paul Ricoeur) da que pensar y que nos emociona al tiempo. Una poesía de la razón y el sentimiento, del conocimiento y de la emoción, de la inteligencia y del corazón, de la razón poética, cordial o sentiente. En definitiva, una poesía metafísica.
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