Descripción
Luis Landero, en el prólogo epistolar, le escribe a Daniel Fuentes Casado:
Tu proyecto de Hombre analógico es magnífico, y tu talento narrativo y verbal también, por lo que he leído y por lo que vislumbro. […] Tu escritura es inteligente (mucho), divertida, con detalles y matices estupendos. Tu estilo paródico es muy brillante.
[…] Tu aventura literaria me parece extraordinaria y conmovedora. […] son admirables tus cualidades literarias.
Luis Landero
Daniel Fuentes Casado. Templé los primeros rigores de la lectoescritura en las caligrafías Rubio, aunque aprendí a leer de corrido con los viajes de Simbad, el Marino. No es imposible que tanta aventura imprimiera un carácter culiinquieto que el tiempo no acaba de morigerar. Lloré a conciencia a la puerta del colegio todos los días de primero de parvulitos hasta la Semana Santa, y en segundo hasta Navidad. Es mi declaración de intenciones más honesta hasta el momento. Aunque nadie se molestó en explicármelo con estas palabras, la intuición infantil entendió prematura y sin error que la aprobación adulta pasaba por entenderse bien con los libros. Así que terminé por quererlos como a compañeros necesarios de armas. En lengua y literatura tuve los libros de Anaya de Lázaro Carreter. Honra, por cierto, a don Fernando.
Antes de que los cánones sesgaran el gusto, recuerdo un asombro idéntico ante dinosaurios, hazañas de pioneros y santos, Verne, hechos de armas, los tebeos de Bruguera, la colección de El Barco de Vapor y las revistas del corazón que leía en casa de mis abuelos en una sillita de enea. Y ante los ciclos de Charlot y los Hnos. Marx que echaban en la 1 cuando era la única cadena; o ante la tele, así, en general, las tardes muertas, cuando los veranos de tres meses no solo eran posibles, sino habituales y la santa molicie solo se veía perturbada por los cuadernillos de vacaciones Santillana.
De la molicie de aquellos lodos y de este año que empezó siendo de barbecho sabático y luego no lo fue, nace este poemario. Bienaventurados los que se aburren. Quien lo probó lo sabe.
Antes de trabajar 40 horas a la semana y de que Internet cambiara definitivamente la pauta de lectura y de casi todo, había tiempo para escribir. Ahora que ya no voy de maldito y me puedo permitir no ser ágrafo, quiero honrar aquellos años letraheridos de lectura febril y escritura compulsiva. El año pasado Nazarí sacó de la caverna a 'El Hombre Analógico', primera entrega de la saga. Este año celebramos los estertores de la pandemia con este canto a la Esperanza que pretende 'Ubicuo alud de nívea luz divina'. Su tesis equivale a una promesa o aun a una amenaza: la esperanza es una altísima forma de combate. El que avisa no es traductor.
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