‘Nocturnos’, por Miguel Arnas Coronado

Reseña sobre Nocturnosde Josefina Martos Peregrín, elaborada por Miguel Arnas Coronado.

Decir que la prosa de Josefina Martos es elegante es recurrir a un lugar común que no define casi nada. Es eficaz, perversa, obsesiva cuando conviene.

Una docena de cuentos. Entre 5 y 10 páginas, el más largo de 30. Y todos con un punto común: lo nocturno, lo lóbrego, lo sombrío, lo siniestro o lo sórdido. No son literatura fantástica, aunque en algún caso se arrima al género sin penetrarlo. Algunos son demasiado reales. Demasiado. Cuentos en los que las palabras están al servicio de la narración porque la representan tan perfectamente que la piel se eriza como en los mejores cuentos tétricos, pero también la narración está al servicio de las palabras porque son estas tan importantes que uno degusta los párrafos como degustaría un buen plato. Aunque fuera de escorpiones. Cuentos devorables y devoradores.

No quisiera caer en el error y en el horror de hacerles un extracto de esa docena de narraciones, pero sí dar unas pinceladas para aguijonear su lectura. Desde la recreación de la fábula de Caperucita, en clave más real, recreación que cubre dos cuentos, hasta el obsesivo primer relato que espeluzna y obliga al lector a seguir. Desde el sadismo de Danza de escorpiones hasta la locura y la soledad de Vieja urraca, del mundo postnuclear de Superviviente a la historia de desgraciados de Balandra, cuento éste de tal ternura que, aun siendo también nocturno, relaja y suaviza al resto. El infantilismo de De canción y la religiosidad más populachera que popular en De madera. Y ambas sombrías, porque Josefina Martos no se iba a poner sentimental a estas alturas. Y esa equidad entre lo fantástico, lo terrorífico u onírico y la realidad más solitaria de Un cuento de gatos y de Mares Prohibidos. Con el aditamento, en este último, de lo histórico y el grito justiciero.

El cuento es un género difícil, como todo arte: pocos personajes, ir al grano, alternancia o cuanto menos equilibrio entre el final sorpresivo y el final que se barrunta. Josefina borda el género con una maestría envidiable y que exigiría una mayor atención sobre su obra, que va desde el poemario a la novela, aunque su mayor incidencia, parece ser, es la de la narración corta.

Si empecé con el lenguaje, acabaré con él. Imágenes desbordantes, riqueza de vocabulario (las palabras están para ser usadas; que no me venga nadie con excusas dificultosas porque me dan ganas de sacar el revólver) y frases bien recortadas, delineadas con el primor, ya lo insinué, de una bordadora. No se piense por ello en nada cursi o melindroso, sino justo lo contrario. Y aunque denuncie realidades sociales, que lo hace, no es desde el panfleto o el eslogan sino señalando o ilustrando como el enfermo no quejica señala dónde le duele.

No sé si con este breve texto animaré lo suficiente a leer estos cuentos de Josefina Martos. Me quedo corto en todo. Seguro. Solo les pido que pongan su imaginación en marcha porque si este torpe reseñista dice lo que dice, mayor es el mérito del libro reseñado. Léanlo porque no entretiene, no es un caramelo sino una pócima contundente, un revulsivo, una bofetada.

Miguel Arnas Coronado