El pasado 10 de diciembre lectores y lectoras de Córdoba pudieron disfrutar de la presentación de Opium, de Isabel Rezmo, en la librería La República de las Letras. El conductor del acto fue el poeta cordobés José Antonio Fernández. Dejamos algunas impresiones del poeta sobre Opium y unas fotografías del acto.

Al poco de leer la primera parte, lo primero que me viene a la cabeza es que se trata de un poema con alma. Un poemario muy completo, donde nos da muestras de su buen hacer y de su destreza con el verso.
El libro está dividido en dos partes. De la primera, voy a señalar algo que me llama poderosamente la atención. Fue en su primer poema “A veces camino ciega” a poco que uno se detenga, enseguida advierte el ritmo claro y puro donde predomina el endecasílabo y los heptasílabos, consiguiendo una fascinante conjugación de ritmo y sensibilidad donde la poeta se despieza de sentires hasta la saciedad, todo ello endulzado con imágenes plásticas y bellísimas.
Versos que se van sucediendo como olas en otoño y donde destacaría ese nosotros, donde se apoya y desmenuza amor y murmullos o incertidumbre:

“Me levanto en el cielo que reposa, a estas horas.
Me baño rota en tu fluidez inmensa.
Descanso…”

Conforme avanzamos y vamos leyendo Opium, el alma de Isabel —¿o debería decir su espíritu?— se despliega como el viento y va envolviendo al lector en una cómoda brisa de incertidumbre, de nostalgia limpia y un grato sabor a verso hondo y limpio, donde la poeta a mi modo de ver, se bate y se debate a muerte para encontrar esa luz donde dormir y busca reposo:

“Hago memoria con los girasoles/alumbrando el campo con el sueño de las caracolas”

Y está Bécquer, en un alarde lírico donde ella se desnuda y grita al beso:

“Quiero quedarme contigo/suspiro último que muere eterno”.

En definitiva, es un canto hondo, dolido, feliz o incierto de una poeta y su búsqueda, callada, a veces, a gritos otras, con sus contradicciones y su honestidad. Impresionante cuando escribe:

“He visto al silencio en la rotura de un morfema”.

En la segunda parte, arranca con una rotundidad apabullante: “Dios ha muerto”. Pero no desde Dios, sino desde el hombre, impureza que se despereza.
Aquí también se refugia en sus raíces, buscando tal vez la luz. Son versos desgarrados, de su tierra, de su alma, donde esta jiennense se rebela contra el mundo caótico y lo bautiza en verso con rotundidad y lirismo.
Son versos en efecto, de revolución e introspección donde a veces lucha a golpe de metáfora contra las injusticias y este mundo caótico en manos del materialismo: “Estamos hipotecados desde el primer llanto”.
Bucea en Dios pero con dolor, en una búsqueda del alba que se resiste: el poema está muerto. Pero que no se rinde en su singladura, al escuchar a los pájaros que no pían, pero sabe que existen las huertas, el mar y ahí su alivio. O simplemente porque a pesar de la niebla, existe el viernes. No todo está perdido.
Mística humana, amada, amante, Isabel es por encima de todo verso puro.

José Antonio Fernández