Rafalé Guadalmedina (1989, en una cuadra de cuyos animales no quiero acordarme), de sangre aceitosa, es autor de sello infame en el que la acidez y el sarcasmo se retan para alumbrar historias que nadie necesita leer. Tras prodigarse en el relato breve como una huida hacia ningún lugar, La cuarentena de los necios supone su debut en el campo de la novela, dilatando la falsa esperanza de topar con el ansiado destino.
Ha colaborado con publicaciones de discutible prestigio, ganador de certámenes que solo existen en su imaginación y ha escrito un puñado de novelas que antes de ver la luz fueron convenientemente destruidas. Su falta de gracia y/o talento es suplida con ínfulas untadas en pacharán y la lectura de clásicos mientras la brisa acaricia sus bajezas. De lenguaje presuntuoso y ritmo vaporoso, sus palabras constituyen una deformación surrealista de la propia experiencia con la que invitar a la carcajada y ajusticiar a la ignorancia. De esta manera, las enajenaciones literarias de Rafalé Guadalmedina trazan un delgado filo entre la gloria y la vergüenza ajena.